Un Púlpito No Es Una Platforma

Desde principios del siglo 18, el cristianismo estadounidense ha estado dominado por personalidades. George Whitefield, los Wesley, y Jonathan Edwards ocupan un lugar destacado en cualquier narración de la historia del cristianismo estadounidense del siglo XVIII. Cuando pensamos en el siglo 19, pensamos en figuras como Charles Finney. El evangelicalismo estadounidense del siglo XX fue dominado por sujetos como Billy Sunday y Billy Graham. Muchas de esas figuras no estaban asociadas con algún pulpito en particular. Ellos eran predicadores viajeros e hicieron muchos seguidores. Los evangélicos estadounidenses han tendido a reunirse en torno a personalidades y plataformas en lugar de en torno a los predicadores y púlpitos.

Sabemos lo que literalmente es una plataforma literal: una superficie elevada sobre la cual un orador puede estar parado con el fin de ser escuchado. Es un estrado. Se destaca al orador, la personalidad. Una plataforma tiene equipo de sonido e iluminación técnica diseñadas para dar realce al orador.  La plataforma es lo suficientemente amplia para dar espacio a que el orador se mueva seguido por una luz direccional para producir un efecto dramático en la audiencia.

Un púlpito, sin embargo, es otra cosa. También se eleva. Dependiendo de cuando fue construido, puede incluso tener una caja de resonancia por encima de ella, con el fin de ayudar a proyectar el sonido de la voz del predicador a la congregación. Esa fue la tecnología de sonido del siglo XVI. Sin embargo, a diferencia de la plataforma, el púlpito no fue diseñado para poner de relieve ni al predicador ni su personalidad. A diferencia del escenario o plataforma, el púlpito es un mueble de un solo uso. Está diseñado para facilitar la predicación de la Palabra. En términos de arquitectura, un verdadero púlpito no es sólo un atril colocado en un escenario. Está en la parte superior de un corto tramo de escaleras. Tiene una puerta. El púlpito es una caja. Por diseño, una vez que el ministro entra en el púlpito no hay lugar donde pueda ir y nada más que deba hacer: predicar la Palabra.

Tradicionalmente, el púlpito estaba ocupado por un hombre ordenado, es decir, un hombre educacionalmente preparado para el ministerio pastoral, con un doble llamado: el primero de Dios y el segundo de la iglesia visible, reconocido por la iglesia, puesto aparte, e instalado en este oficio. Hasta hace relativamente poco, cuando cumplía este aspecto de su vocación, el ministro vestía un atuendo distintivo. En la práctica Presbiteriana Reformada, el ministro llevaba la toga de Ginebra, un manto negro liso (la modificación de la bata académica por Lutero en la década de 1520). La toga no solamente servía para identificar y señalar su oficio (en igual forma que el atuendo del Juez o la bata del médico) si no por el contrario, para oscurecer su personalidad.  No solamente era intercambiable, y bajo ciertas condiciones de luz, para hacerlo casi invisible. El pulpito y el hábito eran lo opuesto a la plataforma. No es mi intención proponer que los predicadores utilicen hábitos o batas. Esto es realmente una cuestión indiferente. El punto aquí se trata de hacer notoria la función para la que servía este atuendo.

Un pastor amigo y yo estábamos hablando el otro día acerca de la diferencia entre los púlpitos y las plataformas (por eso esta reflexión). Por supuesto, cuando hablamos de plataformas en estos días estamos lo más probable es que hablemos metafóricamente. La frase “Él tiene una gran plataforma” significa que una personalidad tiene un cierto grado de reconocimiento con una gran audiencia. Eso se traduce a influir. En términos de negocio se habla de mercadotecnia. En la radiodifusión, hablan de ratings o escalas de valoración. En Internet se trata de clics (descargas) y visitas, cuántas personas llegaron a un sitio y cuántos de ellos hicieron descargas en una página para ver en su dispositivo. Entre más espectadores y clics, mayor será la plataforma.

Una de las más grandes tentaciones del ministerio posmoderno es buscar la transformación del púlpito literal en una plataforma para figurar. Debido a que enseño en un seminario llego a ver el proceso de la formación de ministros desde el inicio, a través de seminario, y hasta el resultado final. Algunos de los graduados se contentan con el púlpito. Ellos no quieren nada más que preparar sermones fieles, que honran a Cristo, predicar bien y con gracia, visitar el rebaño, proporcionar consuelo en el sufrimiento, regocijarse con los que se gozan y llorar con los que lloran. Ocasionalmente, sin embargo, están aquellos que quieren más que eso. Parecen más interesados ​​en una plataforma que en un púlpito.

El Internet ha dado lugar al fenómeno de las realidades duales: predicadores con un tipo de vida real de iglesia y otro, un tipo de marca. Positivamente, algunos predicadores tienen torres altas, grandes púlpitos, y grandes plataformas. El difunto James Montgomery Boice era uno de esos. Fue ministro de la Décima Iglesia Presbiteriana en Filadelfia durante muchos años. Predicó semanalmente pero también escribió con regularidad. De hecho, gastó parte de su semana de descanso lejos de Filadelfia, donde pudo estudiar y escribir. Gran parte de lo que fue publicado fue el material con el que alimentaba a su congregación. Hubo una relación simbiótica entre su predicación y su escritura. En la providencia de Dios, sin embargo, no todos los ministros están destinados a ser un James Boice. El tiempo del ministerio no permite adiciones. Las horas que se empleen en preparar conferencias o libros es tiempo que le resta a pastorear la grey o a preparar o escribir sermones.

El atractivo de la gran plataforma puede ser destructivo. Pienso en Mark Driscoll*. Él es un clásico empresario religioso americano. Él y otros comenzaron una congregación en Seattle que se desarrolló en torno a su personalidad en medio de una gran preocupación que involucró a decenas de miles de personas. Detrás del escenario, sin embargo, con el tiempo, los patrones de comportamiento y formas de tratar a las personas se manifestaron. La plataforma y la marca se convirtieron en una cosa, la realidad de la vida de la iglesia y el ministerio en otra. La marca y la plataforma en Seattle se convirtió en una fachada oscureciendo el deterioro de la infraestructura, que se hizo evidente cuando todo se derrumbó repentinamente. Por supuesto, en la tradición religiosa del empresario viajero, unos pocos años más tarde, Driscoll ha resurgido como el Fenix con una nueva marca que ahora lleva su nombre. Podríamos seguir dando más ejemplos. Jimmy Swaggart** en realidad nunca desapareció, lo que ocurrió fue que su plataforma se hizo menos visible. Jim Bakker*** sigue saliendo en la televisión. Los mercachifles, esos viejos vendedores de baratijas nunca mueren, ellos apenas pierden valor en el mercado.

¿Estoy diciendo que los predicadores no deben escribir blogs, artículos y libros? No. Después de todo, escribo mensajes, artículos y libros. Como maestro estoy obligado a escribir. Es parte del llamado que tengo de la iglesia. Es una expectativa de mi empleador. Empecé a bloguear sólo porque mi iglesia (y otros) me solicitaron que lo hiciera. Puede ser bueno para los pastores investigar y escribir de vez en cuando. Yo digo, sin embargo, que los estudiantes no deben entrar al seminario con la esperanza de convertirse en famosos.  Hay una diferencia entre escribir de vez en cuando y salir deliberadamente a construir una plataforma y una marca. La iglesia difícilmente necesita más personas que usen el púlpito como palanca. Un ministro debe estar contenido cumpliendo con su vocación. Él no debe buscar una plataforma a expensas de su congregación. La búsqueda de una plataforma y una marca cuando su propia congregación está en crisis es como querer un trasatlántico cuando a su propio bote se le entra el agua. Las prioridades están fuera del lugar.

Empezamos a considerar las diferencias inherentes entre las plataformas y púlpitos. También hemos pensado un poco sobre las marcas. Considere esta metáfora. Es algo que un agricultor o ganadero hace al ganado. Una pieza al rojo vivo, formada de hierro se coloca sobre la piel de un ternero marcado de forma permanente. Una marca le dice a los demás a quién pertenece el animal. Los cristianos están marcados en su bautismo. En las iglesias presbiterianas y reformadas confesionales, los ministros son marcados, por así decirlo, cuando se ordenan, cuando se imponen las manos sobre ellos, cuando son apartados para el ministerio y se instalan en su oficio. De ahí la importancia del nombramiento del ministro y por eso hay que recuperar la distinción entre púlpitos y plataformas. Por definición, un ministro es un siervo. Eso es lo que significa la palabra.

Tal vez hace sólo 70 años, no era raro ver las iniciales VDM después del nombre de un ministro. Que representan la expresión latina, Verbi Dei Ministro, servidor de la Palabra de Dios. Esa era la marca del ministro, si se quiere. Por definición, un ministro no tiene la plataforma, sino sólo un púlpito, un lugar para anunciar la Palabra del Rey. Lo mismo sucede con los ministros. Su plataforma es nada. Su marca es nada. Pablo nunca tuvo problemas con las autoridades judías y romanas debido a su plataforma, marca o personalidad, sino debido a su Salvador y su Evangelio. Así debería ser con nosotros. El asunto por el que iba a ser conocido no era él, sino, por tomar una frase, Cristo, su Evangelio, y su iglesia.

Traducción: M.L.

Traducido y usado con permiso de Scott Clark

Tomado de:

https://heidelblog.net/2017/06/a-pulpit-is-not-a-platform/

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